No me canso de tocarle, de besarle, de acariciar su torso desnudo, cómo mármol blanco y frío, suave como el terciopelo. Sé cómo excitarle, cómo conseguir que se ponga duro, muy, muy duro. Me mira y sus ojos azules reflejan el deseo intenso, y me dice que le desate, y yo no lo hago, porque quiero seguir mordiéndole, chupándole el cuerpo entero hasta que rompe las cuerdas, desesperado porque estoy con el periodo y mi olor, el olor de mi sangre le está haciendo perder el sentido.
Me busca a todas horas, le veo en cada esquina, incluso se arriesga a salir de día, cubierto con esa manta vieja. Desde que probó mi sangre no puede dominar ese ansia adictiva y asegura que puede olerme a kilómetros. Irrumpe en la tienda y me arrastra al almacén, incluso me aborda en la calle y me lleva a un callejón oscuro. Cualquier sitio es bueno para bajarme las bragas y lamerme.
Entonces su cuerpo deja de estar frío, su temperatura corporal de vampiro se eleva y su piel parece arder, sus pupilas se dilatan, como si estuviera estimulado por alguna droga que le enloquece. Pero yo también me vuelvo loca de deseo y su ardor me traspasa, se introduce bajo mi piel, y a duras penas podemos aguardar a llegar a la cripta, donde me desnuda a mordiscos, y hunde sus dedos en mí. Pasa su lengua por todo mi cuerpo. Puede pasarse horas enteras comiéndome, reteniéndome cuando voy a correrme, para hacerlo durar más, para hacerme gritar de placer cuando al final me corro, y después se hunde en mí, yo toda mojada, me penetra con ímpetu salvaje, jadeando, besándome con furia, lamiéndome los pezones con ansia y sigue y sigue y sigue hasta que aulla y se corre dentro y yo ya me he corrido por lo menos dos veces más, porque no puedo contenerme, porque dispara mis niveles de excitación hasta el infinito y los orgasmos que siento son tan fuertes, tan intensos que creo que voy a morirme en el éxtasis. Pasamos toda la noche follando como animales en celo, luego por la mañana le odio con toda mi alma, tanto como a mí misma, porque sé que cuando sea de noche él estará esperándome y yo acudiré a su encuentro, otra vez, como siempre.
Últimamente entro en la cripta y tiene esa mirada extraña, esa media sonrisa cuando se me acerca despacio, como un felino esperando su presa, y sé que tiene algún jueguecito preparado y me estremezco porque sus juegos son cada vez más perversos, más viciosos y por una parte me da miedo y por otra estoy deseando saber qué es lo que su retorcida imaginación ha estado maquinando. La pasada noche fue un regalo. Un collar de cuentas, con grandes esferas brillantes como perlas, que me puso en el cuello. Nos desnudamos mutuamente, despacio, pero él seguía teniendo esa mirada taimada, como el que sabe algo que yo no sé. Se tumbó sobre mí, besándome lánguidamente, recreándose en el beso, cogiendo mis manos y yo me dejé llevar confiada y acabé esposada a la cama, de espaldas. Me dijo que no tuviera miedo, que era hora de disfrutar de mi regalo, que me iba a gustar.
Me quitó el collar del cuello, sonriéndome de nuevo. Primero me hizo todo un trabajito por detrás con la lengua, pero luego metió un dedo, despacio, moviéndolo, girándolo, untándolo bien con aceite. Una a una fue metiendo todas las bolas, luego las sacaba tirando despacio y cada bola me hacía gemir con una sensación extraña, no de dolor, sino de cierta incomodidad, aunque no exenta de placer. Al final terminó de sacar la última bola, entonces me desató y follamos como locos.
Hoy vuelve a tener esa mirada. Saca de un arcón un maletín y lo abre ante mí. Dice que es otro regalo. Son muchos consoladores, de diferentes formas y tamaños. Me va enseñando uno por uno las tallas que va a ir metiéndome. Yo intento revolverme, pero estoy esposada a la cama, y él, riendo me ata las piernas por los tobillos fuertemente para inmovilizarme. Me mete la enorme polla salvajemente hasta el fondo, clavándose como una puta estaca dentro, con brutalidad, sin ningún tipo de lubricante. Me saltan las lágrimas. Me dice que ya no podía resistir más, que tenía que hacérmelo ya, y no para, Dios, no para, ensártandome, hincándomela con saña, en cada empujón violento choca mi cabeza contra el cabezal de la cama. Yo siento que me rompe por dentro, un dolor intenso, brutal, a cada acometida, me agrieta, me desgarra y acabo sangrando, pero no hay nada que excite más a un vampiro que el olor de la sangre, y mi sangre es un afrodisíaco para él. Sigue embistiéndome durante mucho tiempo hasta que se corre frenético, mientras yo grito y muerdo las sábanas. Cuando termina me desata y me susurra con esa voz profunda al oído que soy libre para irme o quedarme. Pero que si me quedo, toda la noche serán juegos anales, sin besos, sin caricias. Sexo duro por detrás.
Y yo me quedo, porque me enciende sentir sus manos sobre mis caderas, su aliento en mi cuello, jadeando y haciéndome gemir también, montándome como un animal y es que en medio del dolor de las embestidas brutales, yo me acaricio y acabo corriéndome, y al final ya no siento dolor, sino una especie de latido sordo, palpitante, del que fluye un hilo de sangre. Me incorporo un poco y la sangre cae despacio bajando por mis piernas. Él sigue abrazado a mi espalda, besándome la nuca, diciéndome que me quiere, que me quiere, que me quiere... No me miente, yo sé que a su manera me ama. Lo demostró dando su vida, ardió por mí. Pero también sé que ahora es una bestia sanguinaria y que me está conviertiendo en un ser tan monstruoso y oscuro como él.
La vida da muchas vueltas. Quien me iba a decir que volvería con él, que volvería a obsesionarme tanto o más que cuando nos liamos en aquel entonces, cuando él no tenía alma, cuando yo era vulnerable después de haber sido arrancada del paraiso, de la felicidad eterna. En esa época, el sexo con él era lo único que me hacía sentir, sentir que estaba viva. Y ahora es exactamente igual. Sólo con él me siento viva. Sólo abrazando la muerte me siento viva.
Es difícil seguir adelante cuando ya no eres necesaria, cuando ya no eres la elegida, cuando hay miles como tú, pero más jóvenes, con más fuerza, con más ilusión y te dejan relegada a ser una simple instructora, una veterana que ya sólo sirve para dar consejos. Aún es más difícil cuando los que más quieres te traicionan. No pude soportarlo, así que volví a Sunnydale. New Sunnydale, como se llama ahora. La ciudad fue reconstruída sobre el gran agujero, supuestamente causado por un terremoto. Intensas prospecciones del terreno aseguraron que ya no había peligro de hundimiento. Ya no había ninguna amenaza bajo tierra gracias a él. Él causó ese gran agujero cerrando la boca del infierno.
Salvó el mundo y murió por salvarnos. Por salvarme.
Yo vivía en Italia cuando me enteré de que estaba vivo; un absurdo encantamiento le había devuelto al mundo después de vagar como un espíritu durante algún tiempo, pero ambos vivíamos en mundos diferentes, separados por miles de kilómetros, por miles de historias, por miles de misiones. Entonces pasan los años y tus amigos se establecen lejos de ti. De vez en cuando, una llamada, una postal, un e-mail, pero ya nada es como antes y una se encuentra sola y vuelve a sus orígenes, a su pueblo natal, a volver a intentar recordar lo que era, a reconstruir su vida, a volver a abrir la tienda de magia. Pero la magia parecía haberse terminado, al menos para mí. Treinta y dos años. Tengo treinta y dos años y no tengo nada. He salvado el mundo en numerosas ocasiones, incluso he muerto dos veces, y ahora ya nadie recuerda mi nombre. No. No es cierto. Él sí recordaba mi nombre, sí se acordaba de mí. Por eso una noche volvió.
Pero ya no era el mismo. No sé que pudo pasarle en su agitada vida, luchando contra el mal, ejerciendo de superhéroe. Nunca me ha dicho qué le ocurrió, pero es evidente que su alma, el alma que tanto le costó ganar, se había perdido en el paso de estos años. Lo único que me ha contado es que le volvieron a instalar el chip cerebral que le produce un intenso dolor si intenta dañar a los humanos, que llegó el momento en que fue necesario. Pero ese chip sigue sin funcionar conmigo. Nunca funcionó conmigo. A mí sí puede hacerme daño, sí puede matarme, pero la muerte no me asusta. La muerte es un alivio. Es la liberación de esta pesadilla, de esta aberración que no me deja vivir y que acabará volviéndome loca.
Así que me vuelvo despacio, tranquila, y le susurro que me muerda, que me desangre, que se alimente de mí hasta matarme, que yo sé que en el fondo es lo que está deseando. Lo que desea es sangre, mi sangre, y yo estoy dispuesta a dársela toda. Así que guío su cabeza y arqueo mi cuello hasta la altura de su boca, y le repito "Hazlo, hazlo, mátame, saboréame, en eso consiste este juego, en sangre y dolor, sangre y dolor, sangre y dolor" .
Y se asusta. Puedo ver el miedo en su cara, en sus ojos. Tiene miedo de mí, pero más aún de sí mismo. Se aparta de repente, porque por un instante he sentido sus colmillos afilados rozando mi piel. Sabe que yo le hablo en serio. Yo no estoy jugando. Ya no es un juego. Ninguno de los dos juega, porque en esta partida hemos perdido completamente el control. Sobre todo yo. Él es un ser oscuro, perverso, sin alma y me está arrastrando hacia las sombras. Su amor es cada vez más peligroso, más violento y me hace perder la razón. Ya no hay nada que me importe. Nada me importa más que sentirle, sentirle, sentirle dentro, y ahora ya no puedo pensar en otra cosa que en sus dientes clavándose en mi piel, penetrando en mi carne, en el éxtasis maravilloso que se debe sentir cuando sus labios succionen mi sangre desde lo más profundo de mis venas hasta lo más profundo de su cuerpo. Se calentará tanto que me follará como nunca, vaciando mi cuerpo de sangre, llenando mi cuerpo de semen. Se lo vuelvo a proponer, ávida de sus colmillos grandes y fuertes, y me mira horrorizado.
Se acerca a mi cuello, despacio y pasa la lengua, llega hasta mi boca y me besa con una dulzura nueva, desconocida hasta ahora, pero yo no quiero dulzura, ni ternura, ni suavidad. Ya no. Le muerdo el labio con fuerza y le hago sangrar y me encanta el sabor picante de su sangre. No se esperaba mi reacción violenta y su primer impulso es abalanzarse sobre mí y ruge transformado en su verdadera naturaleza. Yo le ofrezco mi cuello, pero no sumisa, sino desafiante.
-Atrévete, monstruo, hazlo, lo estás deseando, casi tanto como yo.
-¡Estás loca! -vuelve inmediatamente a su aspecto humano-. ¿Qué pretendes? ¿Que te mate? ¿Es que acaso quieres morir? Estás jugando con fuego, y vas a acabar quemándote si sigues provocándome así. Mira, amor, no sé a qué estás jugando, pero esto ya no me gusta...
Ahora deja de agarrarme con fuerza las muñecas y me abraza, mi cuerpo no deja de temblar y estremecerse con el contacto de su piel contra la mía.
-Te quiero, te quiero más que nada y nunca podría matarte, nunca podría hacerte daño -me susurra con suavidad al oído.
Yo me llevo la mano al culo, le aparto bruscamente, y le unto la boca, con mi sangre. La expresión de su cara es difícil de definir, se queda como en shock.
-No -le digo, sonriendo con ironía-. Tú nunca me harías daño. Pero esto duele. Aunque por otra parte tenías razón. Al final me acaba gustando. No porque deje de doler, sino porque el dolor me produce placer. Al fin y al cabo, da lo mismo. Dolor, placer, amor, odio... Tú me amas, yo te odio y estamos juntos ¿no? ¿Lo recuerdas? Siempre ha sido así entre nosotros, no te engañes, como en los viejos tiempos...
-Tu no me odias... -empieza a decirme con expresión dolida, abatido, negando con la cabeza-, sé que no me odias. Te gusto. Te gusta lo que te hago. Eso no ha cambiado. Puedo sentirlo en tu piel, en cada poro de tu piel, en cada gemido, en cada suspiro, en cada latido de tu corazón, que se acelera cuando te acaricio, cuando te beso -vuelve a acercar sus labios a los míos y yo vuelvo a morderle, con más furia que antes y en menos de un segundo cambia su rostro, se sacude y vuelve al aspecto humano, de nuevo sorprendido, se echa un poco hacia atrás.
-Sí te odio -le miro a los ojos, a esos profundos ojos azules y me hundo en ellos-, te odio porque te deseo, te deseo a todas horas, en cada momento, no puedo pensar en otra cosa que en follar contigo, y es que eres como una enfermedad, como una puta enfermedad que está acabando conmigo, que me obsesiona día y noche. Eres un monstruo, hay un monstruo dentro de ti, y ahora hay otro dentro de mí y te odio por ello. Vamos, no me mires así. Tú y yo sabemos cómo va a terminar esto, así que no lo alargues más. Has estado a punto de hacerlo. Lo sé. He sentido antes tu puños tensos, tus colmillos afilados besando mi cuello. No. No intentes acariciarme, no te acerques a besarme o a abrazarme. No. ¿Es que no te acuerdas? Esta noche sólo sexo duro, por detrás.
Me doy la vuelta e inclino hacia abajo la cabeza, subiendo mis caderas, alargo la mano y cojo uno de los consoladores, pero antes de que me lo pueda meter, se echa sobre mí y me detiene la mano, agarrándome con dureza y lanza el consolador a varios metros con tanta fuerza que se clava en la pared. Me sujeta las manos y vuelve a esposarme al cabezal de la cama, boca arriba. Me sube las piernas con brusquedad y ata mis tobillos también al cabezal con una cuerda. Yo me dejo hacer, más excitada que nunca. Agacha la cabeza entre mis piernas y lame la sangre, despacio, luego se levanta busca en la mesita una botella de whisky, y da un trago largo, sin dejar de mirarme.
-¿Vas a meterme la botella? ¿Es tu nuevo juguete? Si lo haces, júrame que luego me matarás, júramelo.
Lanza con ira la botella, que se hace añicos contra la pared, y se arroja sobre mí, me desata las piernas y yo le ofrezco de nuevo mi cuello, incitándole, sé que lo está deseando, que cada vez es más difícil resistir la tentación de mi sangre, que la sed le abrasa y ha llegado el momento en que los simples aperitivos que ha estado tomando de mí no logran calmar su adicción. Necesita más.
Su lengua chupa de nuevo mi cuello, tanteando el pulso, en la yugular, pero no me muerde. Busca mi boca,vuelve a besarme, y yo le muerdo más fuerte, pero no se separa de mis labios, deja que le muerda y le haga sangrar. Acerca su pecho a mis labios y le muerdo como una bestia, mis dientes desgarran su piel, laceran su carne blanca, y él se deja hacer, apretando los dientes y los puños, para no gritar. Mi boca está manchada con su sangre, porque ahora yo soy quien quiere hacerle daño, para hacer que se transforme, que se convierta en bestia y que me devore hasta la última gota.
Se arrodilla ante mí, mis muñecas siguen sobre mi cabeza, esposadas al cabezal. Lentamente se aproxima, su polla al alcance de mi boca, de mis dientes, de mi cólera de delirio sangriento.
-Sigue, no pares ahora -me susurra, metiéndomela en la boca-. Cómetela. En sentido literal. Arráncamela de un mordisco. Mastícame, tritúrame, así no volveré a hacerte daño. No quiero volver a hacerte daño...
Y yo contemplo las marcas de mis mordiscos en su cuerpo de las que aún gotea la sangre, mis dientes le rozan, mordisqueo el glande suavemente al principio y él me mira a los ojos; mi lengua, mis labios se afanan en complacerle, pero no deseo más sangre. Ahora deseo su semen. Spike se agita y gime; me mira y me sonríe, pero no con su sonrisa perversa. Su sonrisa es triste, extraña y conmovedoramente triste, y sus ojos reflejan su tormento interior. Se separa de mi boca y se echa sobre mí, me besa de nuevo y ya no le muerdo, pero no sé qué pretende.
Sí. Sí que lo sé, pero no quiero que lo haga. Eso no podría soportarlo.
-No, así no -le suplico-, por favor, así no, hijo de puta, no me hagas esto...
Ahora me da verdadero pánico, porque me besa despacio, con ternura, me acaricia el cabello, me mira a los ojos y empieza a hacerme el amor como aquella vez, cuando tenía alma, cuando pensamos que era la última noche que estaríamos vivos, antes del fin del mundo, cuando ambos estábamos aterrorizados porque era nuestra primera vez, porque habíamos follado mucho y muchas veces, pero nunca habíamos hecho el amor.
Y ahora soy yo la que se asusta, sí, porque puedo sentir que una parte de su alma sigue brillando en su interior, y su dulzura, su intensa dulzura, su entrega total cargada de sentimiento, de afecto, de amor, de puro y sincero amor, me está causando mucho más dolor que cualquier desgarro, que cualquier juego perverso.
Le siento tan adentro... tan dentro de mí... entrelazando sus dedos entre los míos... susurrando mi nombre... respirando mi aliento... se funde en mí y me derrito, me derrito lentamente, como si mi cuerpo se disolviera y se fusionara con el suyo... tan dentro... tan dentro de mí... y es tan hermoso, tan maravilloso que casi no puedo respirar cuando se derrama en mi interior diciendo que me ama y me doy cuenta de que le odio infinitamente y deseo la muerte más que nunca, ahora mucho más que antes.
-Oh, Dios, cuánto te quiero... -su voz acaricia mis oídos, mientras yo intento recuperar el aliento- Tú también me dijiste que me querías... Una vez lo dijiste...
-Pero te mentí -mi voz es dura como el acero-, tú sabías que te mentía, sólo me dabas lástima, porque estabas ardiendo, sufriendo terriblemente e ibas a morir, ibas a sacrificarte por salvar el mundo. Mi campeón... -me río despectiva-. Sólo te lo dije por eso. Lo sabes. Nunca te he querido, nunca me has importado lo más mínimo, sólo eres un vicio, un vicio horrible y vergonzoso del que no puedo prescindir, y nunca, ¿me oyes? nunca te querré. Me das asco -mis ojos se llenan de lágrimas-. Te detesto, me repugnas, eres el ser más despreciable que existe sobre la faz de la tierra, y yo también lo soy por follar contigo...
Noto mis palabras clavándose en lo más profundo de su ser, como dientes feroces mordiéndole la carne, atormentando mucho más que el mordisco más bestial.
-Sé lo que pasó -me acaricia el cabello-. Sé por qué estás así, tan desquiciada, tan amargada... Antes de venir aquí, fuí a Italia a buscarte. Les ví de lejos, juntos. Ellos no me vieron a mí, pero no era necesaria la vista ni el olfato de un vampiro para entender que tu hermana y tu novio Marcus, el fabuloso Inmortal, estaban juntos. Por eso te fuiste de allí, por eso lo abandonaste todo, por eso quieres morir...
-¡Maldito engendro del infierno! -le grito y me revuelvo intentando liberarme-. ¡Suéltame! ¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves a meterte en mi vida! ¡Suéltame para que pueda matarte con mis propias manos! Maldito monstruo...
-Sí. No necesitas repetírmelo más. Soy un monstruo y me odias. Entiendo que me odies... Hay momentos en los que yo también me odio. Soy un vampiro ¿Qué puedes esperar? Pero tú no sabes nada, no entiendes nada... Vuelvo a ser un monstruo por tí. Tú eres el motivo de que vuelva a ser perverso, maligno, de que mi alma haya ido desapareciendo hasta consumirse.
-¿Qué dices? ¿Que es por mi culpa? No sé qué puedo haber hecho yo si no hemos tenido contacto durante años...
-Pues eso, amor, eso mismo. ¿Conoces el cuento de la Sirenita? -me vuelve a sonreir con tristeza-. Quiso tener piernas, ser humana, para poder estar con su amado príncipe. Consiguió sus piernas, hizo un trato con la magia, pero con la condición de que tenía que enamorar a su príncipe, pero él no la eligió a ella, y la pobre Sirenita perdió y volvió al mar. Fuí al infierno y luché por mi alma por tí, amor, para ser el hombre que tú merecías y no ser el monstruo capaz de hacerte daño, pero también había condiciones. Si no conseguía que me amaras, que vinieras a mí, mi alma se iría perdiendo, hasta desaparecer por completo. Supiste que estaba vivo, y no moviste un dedo para llamarme, para preguntarme cómo estaba... Esperé, pero nada. Ni una llamada. ¿Tanto te costaba?
-¿Y tú? -le grito- ¿Tanto te costaba llamar a ti? Decirme que estabas vivo, era lo mínimo, no que tuve que enterarme a través de esa... Bueno. Dejémoslo. Tú tampoco llamaste. No lo hiciste. Podías haberme dicho lo que ocurría. Podías...
-¿Qué? ¿Suplicarte que volvieras conmigo? ¿Por lástima? Las cosas no hubieran funcionado así. Sólo podía conservar mi alma si tú dabas el primer paso, si tú volvías a mí, pero pasaba el tiempo, pasaban los años y quedó claro que yo no te importaba nada, nada en absoluto. Hace un año que Angel me hizo instalar el chip, cuando intenté merendarme a un cliente... Tiene gracia. El maldito cabrón no quiso matarme, incluso cuando se lo supliqué. Entonces me largué.
-Y fuiste a buscarme a Italia. ¿Para qué? Ya habías perdido tu alma. ¿Por qué buscarme entonces?
-Porque ya no tenía nada que perder. Fui a buscarte para matarte, para matar a la cazadora. Para cumplir mi misión inicial ¿Te acuerdas? Yo vampiro, tú cazadora. Enemigos eternos.
-Pero yo ya no soy cazadora. Ya no soy nada. Nada. Nada.
-Sigues siendo la cazadora -me mira intensamente-. La única. La mía, amor. Mi cazadora. Siempre tú y sólo tú. Te busqué por todas partes y nadie sabía nada de ti. Ni en las escuelas de cazadoras, ni en el Consejo de Vigilantes. Ni el más mínimo rastro. New Sunnydale era mi única esperanza. Volver al principio, donde comenzó todo, donde tú me dijiste una vez que me querías, aunque fuera mentira.
-No volviste para matarme -empiezo a comprender-. Volviste para que yo te matara a tí ¿verdad? Me asaltaste en el callejón, creíste que me iba a resistir a que me violaras, como aquella vez, y que entonces te mataría para defenderme de ti. No querías forzarme, querías provocarme para que te matara.
-Sí, amor... En el callejón te ataqué, salté sobre ti, te arranqué la ropa, pero tú no luchaste contra mí. Te quedaste quieta, sin resistirte y yo lo hice. Claro de lo hice. Volvía a ser un monstruo. La bestia malvada capaz de violar a la persona que ama. Después de hacerlo saqué la estaca de tu bolsillo para acabar conmigo, pero en ese momento fue cuando tú me dijiste que vaya mierda de polvo, que, o me esforzaba un poco más en satisfacerte o tendrías que buscarte otro vampiro más potente que yo, y seguiste provocándome sin tregua porque también estabas buscando que te matara. Sigues pinchándome para que lo haga y lo malo es que esta noche he estado a punto de hacerlo. Difícilmente puedo controlar mi naturaleza malvada de depredador y la llamada de tu sangre es poderosa, por eso cada vez te hago más daño, te amo, pero te torturo porque tú no me amas a mí... No quiero hacerlo, pero no puedo controlarme y deseo que sangres, para poder lamerte, y después me arrepiento y deseo que me castigues, y mi sangre en tu boca me excita más, si cabe, y es un círculo vicioso que acabará explotando. Esta noche ha aflorado el último resquicio de alma que queda dentro de mí, el suficiente para darme cuenta de que te amo más que a mi vida -se ríe amargamente- bueno, más que a mi no-vida, y tengo que parar, tengo que ser yo quien pare, porque tú no puedes. Esta vez no. Ese Inmortal te ha hecho sentirte así, hundida, tocando fondo; ahora eres vulnerable y te aferras a mí como el que ahoga sus penas en el alcohol o en las drogas, para matar el dolor, para jugar con la muerte, pero se te pasará. Ya lo verás, amor. Sin embargo no volverás a ser tú misma hasta que yo no salga de tu vida.Ya me lo dijiste una vez. Estar conmigo te estaba matando, y no voy a dejar que mueras.
-¡Spike! -me intento liberar de nuevo, cada vez más nerviosa, y mis muñecas empiezan a pelarse- ¿Qué vas a hacer? ¡Suéltame ya! ¡Tienes que soltarme!
-Shhh... amor... -me sujeta las manos-. No puedo soltarte. Tratarías de detenerme y he de aprovechar ahora que tengo algo de lucidez para hacerlo. Pero no te preocupes. Llamaré antes para que vengan y te liberen. Yo... -me besa de nuevo con dulzura-, lo siento... perdóname por todo, por todo... Tú no tienes la culpa de no quererme. Soy un monstruo, con o sin alma. Nadie podría quereme y tú menos que nadie.
-¡Espera! ¿Dónde coño vas? ¿Es que no ves que está a punto de amanecer? ¡SPIKE! ¡TE QUIERO!
-Oh, no. Otra vez no. ¿No te parece patético? De nuevo te digo lo mismo que entonces. No es verdad, pero gracias. En serio. Gracias por decirlo. Te quiero, amor -ahora sonríe con su sonrisa guasona-. Pero esto es Sunnydale. Es hora de ir a tomar el sol.
Y sale cerrando la puerta, y yo le grito que vuelva, maldito cabrón, que vuelva, que le quiero, que le quiero como no he querido a nadie en toda mi puta vida, que le quiero, que siempre le he querido, que nunca he dejado de pensar en él ni por un segundo en todo este tiempo. Pero no me oye. Ya no puede oírme, y si me oye no me cree. No me cree. Y yo le quiero... Le quiero...
miércoles, 25 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario