martes, 14 de julio de 2009

Alguien recordaba mi nombre (10)

 
Últimamente me evita. Antes me seguía a todas partes, incluso aunque yo no le hiciera ningún caso, ahí estaba él. Ahora no. En los entrenamientos le noto ausente, preocupado, y falla la mayoría de las veces. O no bloquea bien o no ataca correctamente cuando se lo digo. No lo comprendo. Estaba haciendo grandes progresos, y ahora parece que... que quiera perder, que quiera que le pegue. Esto no puede continuar así. Yo tampoco puedo seguir. Dios sabe que lo he intentado, pero ya no puedo más. No consigo reprimir mis sentimientos. No puedo más.
 
-Necesito hablarte, William -le digo después de las clases de tiro al blanco con ballesta-. Es importante.
 
-Ahora no puedo -me corta, un poco cohibido-. Tengo que... irme. Mañana podremos hablar. Ahora no puedo, de verdad.
 
Sale apresurado. Es sábado por la tarde. ¡Claro! ¿Seré estúpida? El corazón se me revueve por dentro. Tiene una cita... Por eso no da pie con bola en los entrenamientos. Seguro que está enamorado. ¡Hijo de puta! Y luego me digo que qué derecho tengo yo a enfadarme. No me ama, porque no recuerda nada. No recuerda lo que fuimos el uno para el otro. Tiene la oportunidad de empezar de nuevo, y en su nueva vida no estoy yo. Además, es más joven, así que es lógico que se haya fijado en alguna chica de su edad.
 
Y mientras me expongo todos esos argumentos lógicos y razonados, también me dispongo a seguirle, para saber quien es ella. Quien es la zorra que me lo está volviendo idiota.
 
William coge el metro y baja en el centro. Entra en un restaurante de lujo. ¡Vaya! Tiene buen gusto. Ya no se conforma con unas alitas de pollo picantes, no. Ahora tira por todo lo alto. Me acerco con disimulo a la puerta y no le veo. Decido entrar disimuladamente y me quedo en la barra, sin pasar al restaurante, para ver si veo llegar a su acompañante.
 
-¿Quieres que te sirva algo o sólo quieres humillarme? -oigo su voz, detrás de mí.
 
Es el barman.
 
-¿Qué estás haciendo aquí? -le pregunto, confundida.
 
-Es obvio, Summers. Trabajo aquí. Los fines de semana. La clínica de criogenia ha dejado mis cuentas en números rojos y tengo que pagar mis facturas, entrenadora.
 
 
 
 
 
 
Me tomo unas cuantas copas, a la espera que termine su turno. A medianoche, salimos a la calle. Estamos en verano pero hace frío. La humedad de la niebla londinense se cala en los huesos. Se quita su chaqueta y me la echa por el hombro. Está caliente. Conserva el calor de su cuerpo. Sigo sorprendiéndome de esas cosas, tanto de su calor como de su caballerosidad. Me abre la puerta y entramos en un pequeño pub casi desierto y nos sentamos en una mesa.
 
-No puedo seguir entrenándote -le digo.
 
-Lo sé. Sabía que era imposible para tí. Sé lo que pasó. Sé lo que te hice. He sido un monstruo horrible, por eso te repugna mi compañía. Lo sé desde que tengo esos sueños. Ahora no estoy muy seguro que querer seguir con esto. Debería largarme donde realmente no me reconozca nadie. Qué imbécil fui intentando hacer que me hablaras de mi vida anterior, cuando era ... Lo siento, Summers. No lo supe hasta hace poco. Hasta que empezaron los sueños de las... las violaciones. Oh, Dios. No me mires así. Lo siento... lo siento, lo siento, lo siento..
 
-¿Pero de qué estás hablando?¿Sueñas con tu vida pasada?
-No. Sueño contigo. Sueño que te hago... cosas. Sueño que te muerdo y te hago sangrar y... Cuando despierto sé que no son sólo sueños. Son recuerdos y ahora comprendo tu actitud, que me odies tanto y no quieras tener ningún contacto conmigo. Spike era una aberración y merecía arder en el infierno.
 
-No sabes nada. Tú no sabes nada. Nuestra historia fue... complicada. Sólo sabes lo poco que has conseguido malinterpretar de tus sueños. No. No consiento que hables así del hombre que sacrificó su vida por mí. No tienes derecho a juzgar lo que no entiendes. Sí, había un monstruo en tí, eras un asesino. Aún así cambiaste. Por mí. Todo lo hiciste por mí. Y sí. Éramos salvajes en nuestras relaciones. Más de lo que puedas llegar a imaginar. No puedes hablar mal de Spike, porque tú eres Spike... Por eso no puedo seguir entrenándote. ¿Es que no lo entiendes? Yo amaba a Spike. Yo te amaba...
 
Se queda un rato mirando su cerveza, intentando digerir lo que le acabo de decir.
 
 
-Ese es el problema. Que tú no recuerdas. Eres otro hombre. Pero yo no puedo ver en ti a William Pratt. Mi mente quiere convencerse de que eres otro hombre, pero no puedo engañar a mi corazón. Eres Spike y... no puedo seguir. Lo siento. No porque me repugnes, sino porque me atraes demasiado. Llamaré mañana a Faith, para que venga a ocuparse de tu entrenamiento. Pero antes he de hacer las cosas bien, necesito ver dónde vives...
 
 
Estoy enfadada. Muy enfadada. Enfadada conmigo. Soy una zorra egoísta que sólo pensaba en sí misma. He sido antipática y desagradable con William sólo porque no me recuerda, cuando él no tiene culpa de tener amnesia, y encima vivía atormentado pensando que mi odio contra él estaba justificado. Es horrible. Vive en un cuchitril en las afueras. Su cama es un colchón en el suelo en una habitación diminuta y cochambrosa que tiene que compartir con otros dos tíos con pintas de toxicómanos.
 
-Recoge tus cosas. Ahora -y mi tono de voz no admite réplica.
 
Se viene a mi casa, de momento. Tengo alquilado un bonito ático cerca de la escuela, que tiene una habitación libre. William no quiere aceptarlo, pero no tendrá más remedio. A fin de cuentas, se lo debo. Le debo la vida. El caso es que no sé cómo, pero me ha enredado en una estúpida apuesta. Si las hierbas funcionan, tengo que seguir entrenándole yo. Si no funcionan, le entrena Faith.
 
-¿Cómo me demuestras que funcionan? -le digo, ambos sentados en el sofá del salón de mi casa.
 
-Probándolas -me responde, con su sonrisa más Spike.
 
-Claro, qué fácil. Y yo me creo que es por las hierbas... Vamos, Spike... Perdón, William. Tienes veinticinco años y sé cómo te pones solo con un roce...
 
-No las pruebo yo. Las pruebas tú - me dice. La tetera silba y voy a la cocina a echar el agua en la taza, con el sobre de infusión.
 
-No ocurrirá nada -le digo cuando vuelvo al salón-. Si me he comportado durante tantas horas de entrenamiento cuerpo a cuerpo y he sabido mantenerme fría, unas hierbecitas no van a hacer que pierda el control ahora ante tus encantos. Te lo garantizo.
 
Nunca me ha gustado el té. Pero éste está muy bueno. Me tomo toda la taza.
 
-¿Y ahora? -pregunto.
 
-Ahora a esperar. En unos minutos, seguro que te descontrolas. Tendré que atarte, para que no me violes, ya lo verás... O casi que no. Dejaré que abuses de mí todo lo que quieras.
 
Sonríe seductor y le veo distinto. No es el chico reservado y tímido que era al principio, y sus ojos han perdido esa mirada angustiada que le oprimía últimamente.
 
-No valen las provocaciones. Ni que te quites la camisa para enseñarme los cuadritos de tus abdominales, ni que me mires así, seduciéndome para que lleve mis manos al botón de tu pantalón y baje tu cremallera...
 
Y voy haciendo yo todo lo que le digo que no está permitido que haga, arrodillándome frente a él, que sigue sentado en el sofá. Él se muerde el labio inferior, y deja escapar un gemido cuando mis manos le tocan la polla, que amenaza con reventar el pantalón. Al bajar la cremallera, ya asomaba por el slip. Qué sensación más extraña, volver a ver su polla. Es un espectáculo digno de contemplar. Grande, dura y caliente. Mi lengua le pasa por el extremo, y me sorprendo del sabor salado de las primeras gotitas en la punta. Es un sabor fuerte, como lleno de vida. Deseo que mi boca se llene de ese sabor, deseo llenarme de su esencia sexual, saborear su polla hasta hacerle gritar, porque tengo hambre, hambre de Spike. Le oigo gemir cuando paso la lengua por los testículos. Ahora mi boca se la quiere comer entera, pero no es posible, es demasiado grande, así que me ayudo con la mano. Me sorprende de forma grata que esté tan formalito, dejándome hacerle de todo. El antiguo Spike ya habría saltado, poniéndose de pie, agarrándome de la cabeza para follarme en mi boca, haciéndome luchar para no ahogarme con sus embestidas hacia mi garganta. Este nuevo Spike se deja hacer, gimiendo, jadeando, respirando... y me suplica... Oh sí.... me suplica...
 
-Por favor... sí.... más... por favor, así... no pares.... por favor... ahora con la lengua... Oh Dios... qué... bien... me... siento... esto... es... muy... bueno... por favor... siiiiií...
 
Ahora voy en serio. Ya he jugado a chupetear y saborear, causándole una dulce tortura que ha aguantado estoicamente. Ahora empieza la verdadera mamada. La que le va a volver loco. Mi cabeza sube y baja veloz, apretando fuerte los labios, moviendo la lengua sobre el glande, intentando abarcar la mayor parte dentro de mi boca, acariciando los testículos, sujetándo la base y subiendo y bajando también con la mano. Subo la mirada. Está gimiendo, cada vez más fuerte, mirándome, con sus ojos azules entornados.
 
-No... pares... ahora... que... me.... ¡Aaaaaaaaaaaaaah! ¡AAAAHHHH!
 
Su semen se vierte en mi boca, mientras se agita ya sin control, palpitante aún entre mis labios, relamo las últimas gotas de su esencia.
 
No he sido yo. Me digo. Ha sido culpa del puto té. Es cierto que funciona. ¡Bah! ¿A quien quiero engañar? Ha sido la excusa perfecta para hacer lo que he estado deseando tanto tiempo. Ahora, después de que se suba la cremallera del pantalón, me doy cuenta de que no me ha tocado en ningún momento. Ni una caricia. Nada. Ni antes, ni durante, ni después. Y me siento mal. Me hace sentir mal. Porque hasta el Spike más salvaje necesitaba tocarme, sentirme, besarme. Sé que mi vida sexual ha sido realmente atípica y depravada, pero nunca me he sentido tan... tan mal. Se ha dejado hacer la mamada por el sexo en sí, o por ganar la apuesta, porque quiere que le entrene. Pero no hay nada más. No ha sido porque yo le guste.
 
-El té funciona -me levanto del suelo, irritada-. Tú ganas. Te seguiré entrenando y puedes vivir en mi casa, en la habitación de invitados todo el tiempo que necesites. Pero que te quede una cosa clara. No pienso probar más... este té. Esto ha sido algo absurdo que no volverá a repetirse. Nuestra relación se reducirá a partir de ahora a lo profesional exclusivamente.
 
Su cara refleja un pesar indescriptible. Se levanta del sofá, me mira acongojado y me habla precipitadamente.
 
-¿Por qué? ¿Qué es lo que he hecho mal? ¿Me he corrido demasiado pronto? ¿Es por algo que he dicho? Tenía que haberme quedado callado ¿verdad? ¿Es porque no te he avisado de que me corría? Ha sido sin pensar. Lo siento. Tenía que habértelo dicho, para que el semen no te entrara en la boca, para que te hubieras apartado a tiempo, pero es que no lo pensé. No... no podía pensar ¿sabes? Es que yo nunca... ¡Joder, Summers! ¡Dime qué he hecho mal!
 
Su mirada desesperada, su voz ansiosa... Dios... Oh, Dios mío. ¿Es que soy idiota? William no recuerda nada. Nada de su vida, excepto pequeños flashes con escenas violentas conmigo. William es... virgen. ¡Virgen! Esta es su primera experiencia sexual, por eso no sabía muy bien qué debía hacer.
 
-William. Hablemos claro. ¿Yo te gusto?
 
-Claro. Eres muy dura como entrenadora, pero sé que lo haces para sacar lo mejor de mí -ahora enrojece un poco.
 
-No es eso. Quiero decir...¿te atraigo sexualmente?
-Pero Summers -enrojece mucho más, y me derrito- ¿Cómo puedes ni preguntarlo? Eres... Eres... preciosa. Me... me vuelves loco. De verdad. Te juro que tengo que matarme a pajas antes del entrenamiento cuerpo a cuerpo, y aún así no consigo reprimir la erección. No sé que me pasa contigo... Porque es sólo contigo. En cuanto te me acercas, me empalmo. A todas horas. No puedo pensar en otra cosa. Sólo puedo pensar en tí, Summers, en que quiero besarte, abrazarte... Quiero hacerlo todo.
 
-¿Y qué te lo impide? -me acerco más a él. Su mano suave y cálida me acaricia tiernamente la cara.
 
-Sé que no sabré estar a la altura. No tengo experiencia. Internet es una gran fuente de información, pero el sexo no es una ciencia exacta. Tengo miedo a fastidiarlo todo, a hacer algo que no te guste, o a no hacer algo que te guste... pero sobre todo tengo miedo a que me compares con... con mi antiguo yo... y mi yo actual saldría perdiendo con la comparación.
 
Sus palabras me enternecen y me lo comería. Enterito. Pero tengo que ir con cuidado. No quiero asustarle y que piense que soy una obsesa sexual. Sí. Vale. Lo soy. Pero no quiero intimidarle más de lo que está. Porque sé que está asustado.
 
-Bien -suelto un suspiro intenso-. Pues ahora que está todo claro, que yo te gusto, que tu me gustas, que ambos nos deseamos...
 
Y que yo te quiero con desesperación y me duele que no lo recuerdes, pienso, pero no se lo digo.
 
-Entonces -continúo- lo que necesitamos es entrenar.
 
-¿Ahora? ¿Vamos a entrenar ahora?
 
-No me refiero a ese tipo de entrenamiento... Vamos a hacer otra serie de prácticas. Yo te enseñaré todo lo que hay que saber. Iremos despacio. Muy despacio. Paso a paso, lección por lección, hasta que seas un experto en el arte de... las relaciones sexuales.
 
 

No hay comentarios: